Doce años cumple esto. Ojo lo que ha llovido. ¡Ha habido hasta pandemias desde entonces, oye! No me voy a autofelicitar por no haberlo chapado porque total, no me cuesta nada, ¡paga Google!, sigo sin tener tiempo (ni demasiadas ganas) de escribir pero hay incluso algo peor que los móviles y vaguear: la autocensura.
Quien me siga de hace tiempo sabe que algún que otro pelo ha escupido mi lengua, y no es que ahora necesariamente no quiera meterme en algún que otro jaleíllo, pero sí que me hago alguna vez más la pregunta de para qué. No me gusta pensar así. Lo suelo resolver con el "por qué no" o el "total, si esto no lo lee ni John" pero el haberme dado cuenta de este pensamiento me hace suponer que ya lo he aplicado en el pasado inconscientemente. Y es una cosa que no me gusta de este mundillo y de la muerte de los blogs, que nos hemos quedado en la crítica privada y si no, en el otro extremo, atizar con ganas en doscientos caracteres, que dan más problema de comprensión que otra cosa. Doce años después, ojalá tuviéramos todos nuestro espacio para opinar libremente, algo más meditadamente y sin mirarnos tanto al espejo y al qué dirán, porque al final todo lo que nos hemos callado para construirnos una próspera imagen social lo mismo se lo cepilla un bicho nanométrico en dos estornudos.
Tras esta breve digresión, vamos a un mensaje importante, que no es ninguna broma en mi caso:
Que vaya bien.
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