Una semana de febrero

La decepción fue tremenda. Las caras de decepción en la Terminal 3 del aeropuerto Charles de Gaulle supongo que las recordaré una buena temporada. Un rato lamentándonos... y estampida, cada uno a buscarse la vida para tratar de volver a casa o adonde fuera lo antes posible, a lamernos las heridas. Algunos empiezan a hacer planes para intentar salvar la temporada.

Ya solo, e intentando aprovechar la semana para algo, no dejo de darle vueltas a tanta mala "suerte"; el año pasado fue a tres días o así de irnos, esta vez el mismo día (en realidad se supo el día antes por la noche, pero nosotros no nos enteramos). Si se llega a liar un día después hubiésemos sido protagonistas directos de uno de esos aviones de evacuación, y además hubiese sido un problema serio al ser cada uno de un país y estar en el sur. Pero también podría haberse liado una semana más tarde y de buena nos hubiésemos librado, viéndolo en casa con las piernas doloridas.

Pero no, ocurrió así. Mientras cruzaba media Francia en TGV mascullaba si merecía la pena intentar hacer algo con la forma física que llevaba acumulando unos meses; quizá me dolía más por los meses que llevo preocupado y cuidando un Aquiles y un soleo rebeldes, que me han amargado mucho, pero que al final me habían dejado intentar mi objetivo. Tanto estiramiento, tanto automasaje, tanta molestia. Tanto aguantar. Quizá aún podía intentar algo. Me surgió una carrera, pero moralmente empezaba a estar desconectado, me había dejado ir. Y me pongo malo. No recuerdo si el lunes o el martes por la noche no conseguía dormirme, tenía frío, estaba triste, algo de fiebre, fuera de casa, y tomé la decisión: se acabó la temporada, dejo de darle vueltas, no me anima nada, no me apetece nada. De verdad, no me apetece nada. Me encuentro cansado, mi cabeza no quiere. Ya está decidido.

Mi estado de ánimo no mejoró demasiado, pero al menos me había quitado un peso de encima, rechacé una carrera por la que había preguntado en medio de la guerra de sentimientos y dudas que había tenido apenas unos días antes, y había dejado colgado a alguien. Me sentí mal porque no me gusta hacer así las cosas, pero ya estaba hecho, no supe priorizar mis motivaciones, primero me tenía que preguntar a mí mismo, y luego buscar si había alguna alternativa. Lo hice mal.

Un par de días después un amigo me lía para ir a otra carrera, hay posibilidad. ¿Acaso dos días después tengo ganas? No muchas, la verdad. Pero en dos días me encuentro mejor anímicamente, ya han pasado unos cuantos días desde la anulación, sé que van colegas a los que me apetece ver. Aunque sigo malo y débil, no tengo muchas fuerzas. Un día me despierto algo más optimista, sigo teniendo fiebre y me veo buscando vuelo, estacazo que me pegan por hacer las cosas a última hora, reservo, y luego digo que voy. Intuyo que no voy a hacer nada bien a nivel deportivo, porque una semana malo y aún con debilidad y algo mareadillo no son los mejores ingredientes para correr largo. He perdido muchísima forma, pero quiero acabar la temporada con algo de dignidad. Si no ocurre nada raro, el viernes a medianoche tomaré la salida en la Transgrancanaria.
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