El pasado lunes entregué el texto de la Libyan Challenge a Runner's World; como siempre, en primera persona, relativamente personal, y un buen tochazo.
Se retrasó mucho porque la organización de la prueba no me mandaba fotos, y sin fotos, o con fotos de otros pues no me interesa demasiado; incluso creo que no quedaría demasiado bien si lo cuento todo en primera persona que no salga una foto mía, ¿no?
No sé si le pegarán algún tajo o no, pero mi texto original es el que aquí cuelgo.
El título está sacado del libro de Lázló Almásy
Nadadores del Desierto
Nadadores del Desierto
Por Sergio Fernández
El diez de octubre de 2002 recibí una llamada que me descompuso: la prueba que había preparado durante meses con pasión se suspendía; era en el sur de Libia, me la había ganado venciendo un circuito de carreras por España y el premio final fue muy decepcionante por las circunstancias. En el momento recuerdo que para no desesperarme trataba de ver la ilusión del camino, el entrenamiento duro y bonito, el estar centrado unos meses; nunca lo asimilé del todo, siguió una espina clavada en mí, y cada vez que leía o veía algo de Libia, Gaddafi o lo que se le pareciera, un bicho se removía por ahí dentro.
Un buen día de hace tres años descubrí la Libyan Challenge, tropecientos kilómetros non-stop, en ese mismo lugar, con una nueva organización, y empecé a plantearme lo que podría ser mi mayor desafío deportivo. Por eso corrí en Mongolia en 2005 (100km); por eso corrí en Boavista en 2006 (150km, RUNNER’S WORLD 60, febrero 2007); y por eso descansé obligatoriamente en 2007 para ahorrar, euro a euro, y asegurarme estar allí, lo deseaba. Esperé pacientemente seis años: las espinas existen para ser sacadas algún día.
En casa de los abuelos
El Sâhara no siempre fue un lugar estéril y con las condiciones de vida extremas que hoy conocemos; fue un vergel hace no tanto tiempo, hasta que un sutil movimiento del eje de la Tierra (precesión) alteró la meteorología y la capacidad del suelo de retener el agua, arrasando buena parte de su vida y desplazando al ser humano de allí; pruebas de este pasado las tenemos en forma de valiosas pinturas rupestres que nos cuentan cómo fue la vida en el actual desierto de arena más grande; muchas de ellas las encontramos en el Tadrart Acacus, un macizo solemne que parezca que aflore de las mismas dunas. Tan soberbio y rico en pinturas y petroglifos que fue declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en 1985, en la misma sesión en la que también lo fueron nuestras decoradas cuevas de Altamira. Si el clima casi aniquila la vida, a cambio tenemos el lugar ideal para explorarnos a nosotros mismos, el escenario perfecto para ponernos al límite durante unos 200km sin paradas programadas, cargando con todo lo que necesitemos y con la única ayuda de un GPS para no perdernos en este laberinto de roca y arena.
No sabemos –ni sabremos- nunca explicar qué nos atrae tanto de estos lugares y porqué queremos recorrerlos del modo más duro y puro; pero motiva meses, meses para entrenarnos y ahorrar dinero, hasta que ambos nos colocan en un punto perdido del mapa, llenos de dudas y temores, pero con la certeza de que, consigamos o no nuestro objetivo, tendremos las rodillas un poco más tocadas y seremos un poco más sabios. Mientras sobrevuelo Córcega camino a casa me reafirmo en que el valor está en decidirse a hacerlo, no en hacerlo en sí.
Verlo en Internet, leerlo en alguna revista o que alguien te lo cuente en vivo puede ser emocionante; pero ahora estoy yo, yo, un tío normal, sentado en una piedra esperando que nos “suelten”, el que debe recapacitar cómo debe replantearse Todo Esto. Doscientos kilómetros es Todo Esto. Hace meses que trato de quitarme de la cabeza la distancia, porque el sudor de las manos me delataba que no las tenía todas conmigo, y a mí mismo no me puedo engañar: justo por debajo del miedo estaba yo.
Hacia el horizonte
Todo llega, tarde o temprano, incluso la salida a la carrera más deseada. Nos damos un abrazo mi compañero (Fernando Guardiola) y yo, nos deseamos varias veces suerte y cuidado, pero aún conservamos nuestra confianza; auno sabemos dónde nos metemos…
…Trois, deux, un. Llega ese momento en el que sabrás si vales lo que pensabas; si has entrenado suficiente; si te sobrevaloras o infravaloras. Todo a la vez, mezclado en un popurrí de temperaturas altas, dudosa orientación y respeto enormes. Por primera vez en mucho tiempo dejo escapar a la cabeza de carrera sin plantearme el puesto, ni lo voy estimando ni lo haré, mi objetivo es llegar, agacho la cabeza y voy a lo mío. Me centro en vacíos lamentos sobre el tremendo peso que cuelga de mis hombros, fruto de un material anticuado y un exceso de comida, parte de ella «psicológica»: la experiencia me dice que hay que saber equilibrar las barritas energéticas y los geles con el chorizo ibérico, pero mi espalda se queja, y mis hombros, y mi cansino ritmo. La única forma de aligerar es comiendo, y sólo para eso llevo reloj: como periódicamente, con precisión de segundos, me he prometido no sufrir esta vez por hambre.
En toda carrera rápidamente encuentras tu lugar; estábamos un buen nivel intermedio, un pequeño pelotón, muy individualista, en tranquilo silencio, haciendo los deberes como mejor sabíamos. Comer, beber, no perderse, relajar brazos, zancada suelta, comer, beber. Tenemos horas entre control y control, y ya en el segundo hemos superado ampliamente la primera maratón, con lo que hay que calcular bien para no quedarnos a la mitad, deshidratados y sin energía. Suelo ajustar bien la cantidad de agua a cargar, para no llevar un peso innecesario ni quedarme seco; pero hace tantos meses que no corro con calor que me quedo unos kilómetros sin agua, en uno de esos errores que te puede llevar al campamento de meta con los pies por delante y suero en las venas. Esa alarma no puede volver a sonar, y será a costa de cargar aún más peso, por si me notaba ligero.
Horas de frontal
Acercándome al tercer control (km72), al cual ya llegaré anocheciendo, una lengua de arena que desciende de una montaña me atrae como un imán, y dado que el recorrido es semilibre mientras pases por los controles, permite cierta creatividad. Y una de ellas la tengo delante de mí, confío en que detrás no haya un cortado, asciendo con fe, y desciendo con satisfacción por otra empinada lengua de arena como un pequeño premio a mi incapacidad para seguir el camino que marca Vicente. Nunca dejo de explorar. No vuelvo a repetir originalidades de estas, hay que ir sobre seguro, pero ahí dejé mis huellas y una amplia sonrisa.
Quien haya corrido alguna prueba de larga distancia sabe que la noche es donde se pierden las carreras; y empiezo las primeras horas nocturnas algo preocupado, porque vi a una corredora italiana que perdía el conocimiento repetidamente y porque me desorienté levemente, lo que me supuso una sección de cuasi-escalada que no entraba dentro de los planes. Es gracioso ver cómo el que va detrás siempre cree que el que le antecede sabe lo que hace, y al igual que yo rodeé una montaña anteriormente siguiendo a quien no debía, aquí dos corredores siguieron mi luz metiéndose en un buen berenjenal: creo que se acordaron de mí y de alguno de mi estirpe... Por la noche el GPS se hace imprescindible, aunque sólo con éste no llegas lejos: necesitas intuición, atención y cierta lógica, para tratar de no dar muchos rodeos, no desesperarte ni desgastar energías en insultos. Y puede que ni GPS ni lógica, pues si llegas a un erg (mar de dunas) con tu débil lucecita iluminando tu camino, ten por seguro que subirás por la peor parte ayudándote de las manos, bajarás por donde no debes hundido hasta las rodillas y te requerirá un esfuerzo psicológico tal que sólo es recompensado porque sabes que te encuentras en una de las formaciones naturales más bellas, esas cautivadoras dunas con las que tanto has babeado viendo el Dakar desde que eras un chaval.
A lo lejos distingo unos reflectantes; intuyo una persona en el suelo; y poco después a un tal Benoit Laval –uno de los mejores franceses de ultramaratón, es decir, de los mejores del mundo-, que se había tenido que parar a dormir, en una mezcla de agotamiento, sueño y desmoralización. ¡Los buenos también revientan! Luego me enteré de que el ganador de la prueba, Sebastien Chaigneau, también tuvo que parar una hora, bloqueado por las contracturas. Fiesta y feria.
Atrona el mp3 en mis oídos, me tomo una suculenta paella (liofilizada, se entiende) en el cuarto control, tengo los cuádriceps reventados, pero me animo porque he llegado a la mitad de la distancia que no del sufrimiento. Poco después me entero de que podría luchar por el podio, y lo que pudiera parecer un acicate, ahora lo siento como una presión indeseada, porque me quedan unos 100km a meta, demasiado para pensar en puestos, y no querría entrar en refriegas tan pronto. Mis compañeros de viaje, Ismail (libio) y Sharon (inglesa) no opinan lo mismo, y poco después se inician las hostilidades, cada uno luchando con lo que cree que le queda. Y claro, uno lleva un dorsal, tiene orgullo y ha entrenado mucho, habrá que intentarlo. Nos hacemos “guarrerías” continuamente, presionamos al rival para hacerle desfallecer, pero no nos descolgamos, y si lo hacemos, apretamos duro para recuperar. Cruzamos regs (llanuras pedregosas), ergs, subimos y bajamos, no encontramos descanso alguno, y no hay motivos para pensar que vaya a ocurrir a estas alturas. El cambiante y siempre difícil terreno fueron aún más duros que la distancia: afortunadamente nunca me lo imaginé desde casa, no habría tenido el valor de ir.
El trato humano y las atenciones dispensadas en cada control de paso invitan a quedarse unos minutos más; es injusto e incompleto eso de CP, check point o control de paso, son auténticos oasis, y no sólo de sombra y agua, haces las paces contigo mismo, te recompones y buscas el valor para enfrentarte a las siguientes horas. Suerte que tengo unos rivales fuertes y motivados, que me impiden relajarme en ensoñaciones, me empujan a seguir centrado, especialmente Sharon Gayter, de la que aprendí mucho y bien, y junto a la cual ha sido un placer correr.
Defendiendo lo que te pertenece
Llegar al CP7 supone descender una comprometida bajada, de esas en las que un tropezón te manda directo con Alá, 300m más abajo; y claro que lo di, pero sólo falleció una uña. Para mi sorpresa, Ismail se queda en este control contracturado, pero un tal Didier (llevábamos el nombre en el dorsal) viene a sustituirle, y de paso a aguarnos la fiesta a Sharon y a mí. Segundo, tercero y cuarto. Alguien sobraba en el cajón a unos 35 arenosos kilómetros de meta. Las fuerzas iban tan justas que primero flaqueó Sharon y yo fui suelto y fuerte (¿en el km150? ¿pero se puede? ahora me entero…); luego casqué yo (ya me extrañaba…); y poco después ante mi alucinada mirada, Didier acaba en el suelo en posición fetal, roto por los excesos.
Hasta meta sólo quedaba arena, una duna tras otra, el principio de una segunda noche, y cómo no, una mala leche que iba creciendo por momentos al ver lo lento que te acercas al arco de Arrivée. Sólo en el último control un ánimo de una chica para que mantuviese la sonrisa me distrajo un rato, porque ya no disfrutaba desde hacía tiempo, me desesperaba, insultaba al cruel organizador, me agotaba sin ninguna gana, avanzaba a trompicones hasta que una lucecita tras mi cogote me despierta de mi estupidez, y a cuatro kilómetros de meta tengo que luchar con más fe que fuerzas para no perder un puesto que creo que me merecía tras 36 horas de esfuerzo ininterrumpido; más bien consideraba que el segundo puesto me pertenecía, no sé en base a qué difusa ley inventada en el momento, pero lo hice mío en un vadeo torpe e intenso del buen número de dunas finales.
Y ahí está, esa delgada línea, invisible para el ojo no entrenado, la que separa el sueño de la realidad; porque aunque puedas estar satisfecho o incluso feliz por acabar, tu sueño tiene ya fecha de caducidad, y empezarás a vaciarte por momentos, y te dejará algo ausente durante días. Esa línea, que quiero tanto como detesto.
Bastante dolores, sueños entrecortados, recuperación lenta.
Un ambiente excepcional.
Comer comer comer.
Una rápida despedida para aguantarnos lo que no queremos mostrar.
Volver al mundo real.
Mil gracias a quien organiza Todo Esto, Jean Marc Tommasini y su equipo, maravillosa locura.
Un sueño menos, un recuerdo más.
s
Gracias a los colaboradores Buff, Colegio de Gestores Administrativos de Madrid, Ranning e Injinji.
+s13: Index: Libyan Challenge
Libyan Challenge - Texto Runner's World
viernes, 4 de abril de 2008
Publicado por ser13gio en 16:44
Temas: Benoît Laval, Buff, Injinji, Libyan Challenge, Media, Sebastien Chaigneau, Yo
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