Por segundo año consecutivo hago Eurafrica, no soy de repetir carreras pero dado que cambia bastante respecto a 2018, me animo. Para mí vuelve a ser un test del pie, operado por tercera vez de otro neuroma de Morton en mayo y que espero sirva para darme el alta, pero de alguna forma lo tenía que probar.
Para los que no estamos en el sur, la verdad es que el punto de encuentro, Jimena de la Frontera en esta ocasión, está a tomar por culo, y es que Madrid, lo que tenemos como referencia del centro de la Península no está, ni de coña, en el centro y te das cuenta cuando vas para abajo. Si puedes, ve acompañado, más ameno y se hace más corto, y este fue el caso de 2019, con lo que hablando de todo un poco nos plantamos en Jimena millones de horas después pero razonablemente sanos. Eso sí, una vez allí, coche aparcado y no se mueve una semana, te llevan y traen a todos lados como en las excursiones del cole, apenas tienes que hacer el esfuerzo de aguantar los esfínteres porque te dan todo hecho.
Lo "peor" de la carrera son los traslados, precio a pagar por estar en cuatro territorios diferentes, pero no son tampoco para morirse, te puedes sobar, escuchar música o hablar con gente, con lo que a pesar de que son bastantes no son especialmente pesados ni largos. Y son parte de la carrera, porque sin ellos Eurafrica sería una carrera "normal", y es precisamente lo que no pretende ser. Eurafrica tiene lugar en uno de esos intrincados lugares del mundo donde confluyen territorios, culturas y paisajes diversos, y merece la pena aprovechar esa situación porque en una semana te permiten descubrir parajes interesantes y desconocidos para los que no somos de la zona. Y este es parte de su encanto.
El salto adelante de la edición 2019 es muy notable, aunque no sería justo compararlo con la 2018 que fue el "caos" por razones meteorológicas, pero, y a pesar de perder cierto componente aventurero y de compartir un pelo menos, sigue conservando la esencia que la hace diferente y atractiva. Ninguno sabemos el futuro pero esta edición me ha parecido que ha estado a un grandísimo nivel y que tiene un prometedor futuro por delante, sólo falta que los corredores la llenemos para que iniciativas como esta no caigan en saco roto, no voy a preguntar el grado de satisfacción del personal, pero estoy convencido de que no sólo la inmensa mayoría nos llevamos un buen recuerdo de esta semana si no que lo recordaremos mucho tiempo por la peculiaridad, y es que es una carrera única en España y diría que casi en el mundo, en un entorno seguro, con una propuesta deportiva suficientemente dura y creando unas relaciones que irán más allá del dorsal pinchado a la camiseta. Raramente me arrepiento de las carreras en la que he estado, de esta estoy seguro que no lo haré porque tengo unas cuantas imágenes, de gente, de paisajes y de sensaciones que sé que me acompañarán largo tiempo. Y para esto corro y viajo.
Llegados a Jimena un lunes por la noche, desayunados un martes, ponemos rumbo sur, a Tarifa, ese enclave conocido por el wind y el kitesurf, donde confluyen Mediterráneo y Atlántico (en realidad es un poco más pallá) y donde se fabrica el viento. Desde allí, y aunque ya me lo sabía del año pasado, un veloz ferry nos cruzó hasta Marruecos, no ha parado el ferry y ya sabes que estás "en otro planeta", en el bonito Marruecos, tan diferente de España. Un pequeño detalle te ayuda a entrar en el viaje aparte del paisaje: los datos del móvil son a precio de riñón. Y no nos puede venir mejor. En una semana he consultado el móvil alguna vez, pero la desconexión ha sido importante y no sólo al entrar en Marruecos por razones pecuniarias, sino porque no me apetecía invertir tiempo en el mundo virtual cuando era más interesante el real, el que pasaba por delante de mí. Entiendo, comprendo y comparto que la Marathon des Sables directamente prohíba los móviles.
Esta vez el alojamiento era en otra zona, M'Diq, cerca de Tánger, en una lujoso hotel y donde pernoctaríamos dos noches. Buenas comidas, amplias habitaciones, sueños breves (me retracto: lo peor -sin comillas- son los madrugones, ¡me cago en la leche!) y a tiro de piedra de Belyounech, lugar de la primera etapa. Para mí era conocida pero dado que el año pasado fue la última y esta la primera la cosa podría cambiar. Mi plan para esta primera etapa era sobrevivir, sólo eso, y tenía en mente tres objetivos: no hostiarme, no hacerme esguinces de tobillo (soy experto) y no reventarme los cuádriceps en las bajadas, que pensé que los llevaba algo entrenados pero luego me di cuenta de que no. Conseguí dos de los tres.
Belyounech está a la sombra del Jebel Musa, un pedrolo al
otro lado del Estrecho, junto a Ceuta. Un pueblo pequeñito y disperso, invadido, ya parece que por tradición, una vez al año por corredores vestidos de colorines. La salida, cruzando el pueblo, fue bastante veloz pero sabía que el primer tramo me iba bien, subida en la linde entre andar y correr, donde yo corro el 90 % y donde mejor voy, no porque me sienta especialmente fuerte sino meramente por comparación. Al tran tran casi alcancé a Maite Maiora arriba y me sacaba un par de minutos al empezar, recuerdo que el año pasado pasé cerca de la cima a Beth Pascal, con lo que el ritmo era parecido dado que son dos corredoras equivalentes. En un
déjà vu de libro, fue empezar a bajar y empezar a verlo gris. El año pasado fue el neuroma, este que me bailaba el pie dentro de la zapatilla mucho; no tardé en pararme, pensando más en los dientes que en los tobillos, que también, pero aunque arreglé esa sensación de inseguridad, la velocidad siguió siendo la que era, pobre, también, por comparación. No sé si se puede saber lo que pierdo en una bajada de estas más o menos técnicas pero yo calculo que unos diez minutos tranquilamente, eso sin compararme con ningún bajador, sino con gente de mi nivel. No es agradable, claro, pero con lo poco que corro en montaña, lo poco que me aprieto bajando y la cantidad de tobillos que me he dejado por ahí, no me preocupa lo más mínimo.: puritita resignación y realismo.
La primera subida es razonablemente cachonda, la hice sin más problema ni esfuerzo, un momento de confusión por no ver cintas, luego otra bajada técnica que me volvió a poner en mi sitio, y después La Subida. Una de las más duras que he hecho nunca... pero que este año no me pareció para tanto. El primer tramo fue francamente delicado porque era todo descompuesto y suelto, harto de irme abajo decidí cruzar a la izquierda y me llevó una minutada, porque como Ricky Martin, daba un pasito palante y otro patrás: hubo algún tramillo realmente complicado por nula tracción pero al final pegados a las piedras de la izquierda se podía subir decentemente, sin contar la pedazo de pendiente que tiene aquello, claro. Coronado el Musa y envueltos en una ligera niebla de repente se abrió unos segundos y con ellos la boca y la consiguiente baba. Las vistas son espectaculares, el mar ahí abajo, tan azul, se atisbaba la costa española, una caída vertical... pero de nuevo al tajo porque venía La Bajada, posiblemente la más delicada que he hecho nunca, por no decir peligrosa, no tanto por la pendiente y el terreno, sino porque en determinados momentos no tengo claro que parases y porque también te podían venir piedras de arriba, variable que no me gusta. Y, de nuevo, la segunda experiencia fue diferente: no me pareció para tanto, eso sí, muchísimo cuidado porque es una bajada más de perder que de ganar (especialmente para los patanes) y modo supervivencia on.
Pasado lo peor, encaras la repetición de la primera bajada y me solté un poco más y me noté algo más ágil (poco, eh, no asustarse), con los 'quads' en mente para tratar de no dañarlos. Esta vez tuve que dejar pasar menos gente porque ya íbamos más separados, y delante de mí un portugués se calzó un hostia maja. Llegados abajo, un bonito sendero con apenas alguna cuestecilla arriba, junto al mar y el pedrusco de Perejil te van acercando al pueblo. Como soy de interior siempre me encanta correr junto al mar, pero es que este sendero me ha vuelto a enamorar, alejado de la civilización, de zancada fácil, con pensamientos positivos de ir llegando a meta y con esas vistas. Y ese puto azul.
Un par de kilómetros de asfalto y meta. 3h30'. Correcto dentro de lo lamentable de que este es el peor terreno para mí con mucha diferencia. Un día después miré el tiempo del año pasado y fue 10' menos, ummm, no debía haberlo hecho, cierto es que en una iba a cumplir el trámite y en la otra ya sabes que es el último empujón, pero algo de orgullito aún tengo y diez son bastantes. Pero bueno, este duro trámite para mí estaba hecho, como tuvimos tiempo pudimos hacer algo de turismo y completar un buen día. Lo más importante: estaba sano, estaba en carrera y había completado mi principal escollo. La vida era maravillosa, patas cansadas, buena compañía, tripeando lo suyo y vagueando como si fuéramos ricachones. Lo éramos, de hecho
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Eurafrica Trail
Fotos:
John Ortiz